martes, 29 de noviembre de 2011

OJOS CLAROS, SERENOS, un poema de Gutierre de Cetina

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué si me miráis miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay, tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.

              GUTIERRE DE CETINA

Para ver el vídeo:
http://www.youtube.com/watch?v=QuMRsIUXQ2w

GUTIERRE DE CETINA (Sevilla, 1520-México, 1557), poeta español del Renacimiento y del Siglo de Oro español.
De familia noble y acomodada, vivió un largo tiempo en Italia, en donde fue soldado a las órdenes de Carlos I. En ese país entró en contacto con la lírica petrarquista que tanto habría de influir en él; leyó a Tansillo, Ludovico Ariosto y Pietro Bembo, pero su lírica se inspira fundamentalmente en la del toscano Francesco Petrarca, en la del valenciano Ausiàs March y en la del toledano Garcilaso de la Vega. Pasó mucho tiempo en la corte del príncipe de Ascoli, al que dedicó numerosos poemas, y frecuentó también a Luis de Leyva y al insigne humanista y poeta Diego Hurtado de Mendoza. Adoptó el sobrenombre pastoril de Vandalio y compuso un cancionero petrarquista a una hermosa mujer llamada Laura Gonzaga. A tal dama está dedicado este famoso madrigal que ha pasado a todas las antologías de la poesía en castellano.

Para saber más: http://es.wikipedia.org/wiki/Gutierre_de_Cetina

martes, 22 de noviembre de 2011

GRACIAS, ÁNGEL (a mi Ángel de la Guarda)

    Querido Ángel:
    Sé que eras tú quien evitaba mis caídas y guiaba mis pasos infantiles. Eras tú quien me abrazaba cuando lloraba, y me cantabas canciones de cuna para que me durmiera, y no vinieran a devorarme los dragones.
 Sé que eras tú quien borrabas la memoria de mi alma para que me dolieran menos las cosas tristes que era inevitable que ocurriesen. Tú quien secaba mis lágrimas cada vez que perdía una batalla.
  Y fuiste tú quien sujetó mi mano, y se sentó a mi lado en el asiento vacío del avión la primera vez que volé, me mostró la belleza de las nubes por encima del mundo y me hizo sonreir.
  Sé que también fuiste tú quien sujetó la mano del conductor el pasado domingo, camino del aeropuerto, y le ayudó a frenar cuando aquel coche se empotró de frente contra nosotros. Milagrosamente, sólo se llevó por delante un trozo del autobús donde viajábamos. Yo sé que fuiste tú. Que tú evitaste que voláramos todos juntos hacia el cielo.
  Y fuiste tú también quien consiguió que el taxista llegara a tiempo de que yo no perdiera mi AVE de vuelta a casa, a pesar de la hora de retraso de mi avión.
  Me duele el brazo ahora y me molesta la mano con la que sujetaba la maleta. Pero aún sigo aquí, gracias a ti.
  No dejes nunca de abrazarme, aunque yo no pueda verte... todavía. Gracias, Ángel.
  
   

domingo, 13 de noviembre de 2011

Los pescadores de trépang 1


   He leído los siete primeros capítulos del libro. Pura acción que atrapa la atención del lector.
El Capitán Van-Stael, sus sobrinos, Van-Horn y una tripulación de chinos llegan a las costas de Australia para pescar el trépang. Saben que los caníbales de la costa son agresivos con los barcos extranjeros, pero ellos tienen que cocer el trépang en dos grandes calderas en la costa. Han de desembarcar y sufren el ataque. Consiguen salvarse los cuatro, junto a otro miembro de la tripulación, pero el barco está a punto de embarrancar. Así describe Salgari al Capitán Van-Stael, en el primer capítulo:
 
"El Hai-Nan, que así se llamaba el junco, había salido un mes antes de Timor, isla de las Molucas, para la pesca del trépang, bajo el mando del Capitán Van-Stael, holandés de Batavia. En otros tiempos Van-Stael, que gozaba fama de valiente hombre de mar, había navegado por su cuenta y en nave propia, dedicándose a la pesca del trépang; pero a los cuarenta años, cuando ya se creía suficientemente rico para acabar su vida entre comodidades en alguna ciudad del Extremo Oriente, tuvo la desgracia de arruinarse.
Una noche tempestuosa su buque naufragó en el mar de Coral, junto a la costa australiana, y de los veinte hombres que componían la tripulación, sólo él y el viejo Van-Horn pudieron salvarse en un madero. No se desanimó por aquella desgracia, aunque fué para él un desastre. Se sentía con fuerzas todavía para rehacer su fortuna; y vuelto a Timor, ofreció sus servicios a un rico negociante de trépang, el chino Lia-King, el cual, sabiendo con qué experto y hábil marino trataba, no dudó en confiarle el mando de uno de sus mejores juncos.
Van-Stael, aunque nunca había tenido gran confianza en aquellos barcos de construcción china, muy poco seguros para los malos tiempos, partió para la costa septentrional de la Australia, y en pocas semanas completó su carga de aquellos coriáceos moluscos, que son tan apreciados en los mercados chinos y malayos.
Aunque en aquella primera campaña de pesca había realizado muy buenas ganancias, al principiar la nueva estación volvió a hacerse a la mar, llevando esta vez consigo a sus dos sobrinos, huérfanos desde hacía varios años, y a los cuales pensaba llevar consigo en todos sus viajes para hacer de ellos dos buenos marinos".

viernes, 11 de noviembre de 2011

LOS PESCADORES DE TRÉPANG, de Emilio Salgari


  Voy a empezar una serie de libros digitales, que se pueden descargar gratis en Internet. Son clásicos juveniles de aventuras. Propongo dar un tiempo para leerlos y los comentaremos juntos. Empezaré con uno de mis autores preferidos, Emilio Salgari.
He elegido este libro, "Los pescadores de Trépang", porque no lo he leído. Se puede descargar aquí:

http://www.gutenberg.org/files/36546/36546-h/36546-h.htm

Emilio Salgari nació en la ciudad italiana de Verona el 21 de agosto de 1862 y murió el 25 de abril de 1911 en Turín.

El último día para comentar el libro: 11 de diciembre.

sábado, 5 de noviembre de 2011

PASEO BAJO LA LLUVIA

   Acababa de recitar con Trinidad Ruiz Marcellán, Lou de Bouvoir y Ramiro Gairín el viernes por la noche. Un recital precioso, porque me emocionaron mucho los tres. Al terminar, me despedí de todo el mundo. Y me quedé con Pilar, paseando bajo la lluvia hasta el tranvía. Nada hay más agradable que empaparse de lluvia.
   Odio los paraguas. Los pierdo casi siempre. Los olvido en las tiendas o en las cafeterías. Y termino volviendo a casa con el pelo mojado y la sonrisa feliz. El viernes llovía lo bastante como para saltar en los charcos. Volví a sentirme niña bajo la lluvia y compartí confidencias con Pilar. Seguí sonriendo mientras me secaba el pelo. Seguí sonriendo arrebujada en las sábanas.
   La felicidad son momentos pequeños, instantes de luz, o simplemente, un paseo de noche con una buena amiga. Un paseo de lluvia y confidencias.