sábado, 15 de octubre de 2011

FÉLIX ROMEO

   Vi por primera vez a Félix un verano, en Veruela. Había oído hablar mucho de él como escritor y creo que la imagen que me había forjado sin conocerlo era la de alguien distante, un poco ensimismado, posiblemente peculiar… Y me encontré con un hombre distinto a esa imagen que yo había dibujado de él en mi cabeza. Porque Félix era justamente lo contrario de un escritor endiosado subido a un pedestal.
  Llegó vestido de negro, de arriba abajo, como si quisiera pasar desapercibido entre nosotros, algo absolutamente imposible, porque el profesor era él. Empezó a desplegar apuntes, libros y papeles sobre la mesa con la misma energía con que un batallón de limpieza se aprestaría a limpiar el palacio para una visita del Sultán. Y al minuto siguiente nos tenía trabajando a todos. No, trabajando exactamente no es la palabra: estábamos disfrutando como críos, y nos dejábamos llevar por él, por esa energía contagiosa de Félix, por su creatividad y su sonrisa de hombre bueno y divertido, que se empeñaba en dar lo mejor de sí mismo.
   Confieso que llegué a Veruela con la ilusión de aprender, pero con un poco de desaliento, porque no había conseguido escribir un buen relato hasta entonces. Félix nos convenció de que éramos capaces de escribir relatos, novelas, “o lo que se tercie. Si vosotros no os creéis que podéis hacerlo, ¿a quién se lo vais a hacer creer?”
   Me ha dolido saber que lo habíamos perdido, porque Félix se hacía querer enseguida. Se te enganchaba al alma. Siempre lo he recordado y lo recordaré con cariño. De todos los profesores que he tenido en mi vida nadie ha conseguido que yo me pusiera a trabajar con tanto entusiasmo como trabajé con él. Ninguno como Félix, que me convenció de lo divertido que podía ser escribir un ejercicio, inventar un palíndromo, redactar unas líneas o compartir en voz alta lo que había escrito.
   Ahora mismo, me lo imagino rodeado de un montón de seres de luz. Y me imagino que seguirá escribiendo muchas historias, muchísimas historias, con las plumas blancas y leves de los ángeles. Hasta siempre, Félix.

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