jueves, 5 de enero de 2012

LOS REYES MAGOS

FOTO: Manolo Sebastián

                           (A mi amiga Sally Otton)

  Yo siempre he creído en la magia. Ahora, que soy mayor, sigo pensando que cada día tiene un momento mágico. O incluso, varios momentos mágicos. Antes de irme a dormir, repaso cada instante y siempre soy capaz de descubrir esos pequeños milagros que tuvo el día que termina.
   Cuando era una niña solían castigarme por mentir. Porque yo mentía, eso decían los mayores. Sin embargo, cuando contaba que había visto a los Reyes Magos, yo no mentía. Puede que mi imaginación me jugase malas pasadas, pero yo no mentía.
   Cada día 5 de enero, al ponerse el sol, íbamos mi hermano y yo a casa de mi abuela paterna primero, y de mi abuela materna, después. Ambas nos daban cebada para los camellos de los Reyes Magos. Y nosotros metíamos la cebada en nuestros mejores zapatos y los poníamos debajo de la ventana. Y nos íbamos a dormir muy temprano, porque iban a venir los Reyes esa noche. Y si no estábamos dormidos, pasarían de largo y no nos dejarían juguetes.
    La historia no empezaba esa noche. Empezaba días antes cuando nuestros padres y los adultos de la familia nos decían que teníamos que portarnos muy bien, porque el pájaro Pinzón, que lo veía todo, se lo contaría a Sus Majestades y éstos nos dejarían carbón en los zapatos, y no nos pondrían juguetes. Los niños, claro, odiábamos al pájaro Pinzón, porque registraba cada una de nuestras malas acciones en su memoria y se chivaba después. Como no sabíamos qué aspecto tenía exactamente, cada gorrión que veíamos nos parecía él y, aunque estaba mal odiar a los gorriones, esos días odiábamos a muerte a todos ellos.
    La amenaza del temido pájaro solía surtir efecto y nos portábamos mejor durante unos días. Escribíamos la carta con nuestras peticiones para los Reyes y esperábamos que llegara la noche mágica. Entonces llenábamos los zapatos con cebada para los camellos y nos íbamos a dormir. Demasiado nerviosos para cerrar los ojos. Demasiado ilusionados.  Nos prometíamos no dormirnos para poder ver por el rabillo del ojo a SS MM. Pero siempre nos dormíamos. No obstante, a veces nos parecía ver moverse las capas de armiño en la oscuridad de nuestra habitación. Y apretábamos con fuerza los ojos, para que ellos no nos descubrieran espiando.
     Cuando amanecía, corríamos a buscar los paquetes que habían dejado. Siempre había una pequeña desilusión, porque, como nuestras peticiones no eran muy realistas, ellos decidían por su cuenta no ponernos cien juguetes, sino uno. “Porque hay muchos niños en el mundo y tienen que repartir entre todos”. Eso nos decían los mayores. Y nosotros les creíamos.  Pero al año siguiente volvíamos a escribirles una carta larguísima, en la que les asegurábamos que nosotros no nos peleábamos jamás, que nunca desobedecíamos a nuestros padres, ni a nuestros maestros, que siempre compartíamos las cosas, que éramos muy buenos y que, por eso, esperábamos que nos pusieran todo lo que pedíamos en la carta. Ah, y que no le hicieran caso al pájaro Pinzón, que como era muy viejo, tenía muy mala vista y además era un redomado embustero.
                                   Blanca Langa

2 comentarios:

  1. Qué hermosa y tierna es esta entrada. Gracias por ella, me ha llevado a revivir aquellos Reyes de mi infancia... aunque en la mía no había un Pájaro Pinzón sino unos pajes chivatos que todo lo veían. Bendita la inocencia de los niños y la fantasía que llenaba de magia la infancia... sospecho que algo tuvo que ver aquel pájaro con el maravilloso poemario que nos regalaste: Cementerio de Gorriones, un libro que me tiene hechizada de pura hermosura.
    Un fuerte abrazo y buenos reyes.

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  2. Gracias por decírmelo, María. Escribí este relato hace seis años, para mi amiga Sally, una profesora californiana que había trabajado en clase mi "Cementerio de gorriones" con sus alumnos de español y quería que yo les explicara cómo celebrábamos en España los Reyes Magos. Ella tradujo para ellos este relato al inglés. Dos cosas por las que siempre le estaré agradecida.
    Un abrazo.

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