Ya no recuerdo de qué color tus ojos.
No recuerdo tu piel, ni tu mirada.
No recuerdo tu risa, ni la forma
que tienes
de hablar o de callarte.
No recuerdo tus manos,
esas manos que,
lenta, pausadamente,
a veces se recrean
en dibujar silencios.
Ya no sé cómo eras.
¿Lo ves? Ya no me acuerdo.
Todo va bien entonces.
Excepto mi memoria.
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