Nunca te dije
que aquello de David era mentira,
que Goliat,
el gigante temible de mi historia…,
que los gigantes aprenden a estar a estar solos,
que son más indefensos que los niños,
que hay gigantones buenos que lloran en la noche
y enanitos perversos que asesinan gorriones.
No te hablé de mi miedo a que crecieses
y descubrir
que ya no había nadie
para escuchar los cuentos que inventamos.
Que tampoco nosotros,
los mayores,
queríamos crecer y descubrirnos,
-mitad niños y adultos -,
en otras candilejas diferentes.
Y fuiste traspasando tu papel de pequeño
y ya, sin piedrecitas
para volver a casa,
-empeñado en seguirnos a hurtadillas -,
por nuestra misma calle te encontramos,
al doblar una esquina,
a la vuelta…
de todo.
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