Saber que nunca más
volverán a latir las mariposas,
ni a escribir en su sueño los lirones.
Ser un vaso de lluvia,
senda de caracoles,
guarida de los sueños imposibles.
Con la canción antigua de los topos
aferrar los helechos, la esperanza,
y, tal vez, despertar cosida a las espigas,
bailando entre los brazos invisibles
del aire del desván que baja al campo.
Sonríe, caracol;
dobla la frente,
amapola primera del verano.
Guárdame la sonrisa que no tuve,
el amor que no pude retener,
la piel donde cosía yo mis labios.
Abre la cajinube, cajatriste,
donde ocultaste el mar
-tal como era-
la vez primera que yo le conocí.
Marojos, marejada,
marpuerto, mar y muerto.
El aire del desván enloquecía,
se coló en las rendijas del infierno
y abrazó con su voz sisisilbante
luciérnagas de luz sobre mi tarta.
(Y tú tampoco estabas al apagar las velas,
tampoco tú, amor mío, al final de los túneles).
(De "Franjas de sombra")
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