Después tan sólo queda
una mano sombría que nos cierra los ojos
como quien tapa un frasco de perfume.
Ildefonso-Manuel Gil
I
A las doce creció su cabellera.
De su pelo marino y leonado
le nacieron las algas,
se alargaron
por la piel nacarada de sus hombros.
A esta hora se abrieron las lechuzas
las arbóreas venas
y en su cuarto
el mar se fue acercando a borbotones
a las plantas heladas de sus pies.
II
A las doce las brujas invocadas
le arreglaron las sombras del vestido
y encendieron un fuego de guadaña
para apagar las luces de sus ojos.
En la oscura inquietud de las ardillas
el abeto tembló sobrecogido.
La sangre descendió por sus talones,
narcótico dulzón de sus tristeza.
El gusano planchó su servilleta
con la cara festiva del domingo.
El aire se quebró contra las ramas.
Por fin la soledad hirió sus labios
distantes, malheridos por la tierra
presentida en los pétalos del sueño.
Estaba tan distante de la vida…
Le empezaba a doler el ala izquierda,
de cara al paredón de los olvidos.
No podían herirle las palabras
que anotó en el diario de los miedos.
Y por fin vino el mar. Tocó la arena
su cuerpo abandonado y seducido
por un canto de olas sin retorno.
Ni una hora feliz en el diario,
ni una estela de paz hubo en la playa
que asolaba su cuarto.
Y la fiel mecedora a la deriva
balanceó la espuma y el vacío.
(De "Franjas de sombra")
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