sábado, 20 de agosto de 2011

DESPEDIDA

   La lluvia babeó las ventanillas,
reptaba en el cristal
y vino a deshacerse
como miles de lágrimas menudas.
Tú no supiste hablar de horas felices
y se volvió tu cara hecha palomas
con un batir de cartas iniciales.
Yo recogí tus ojos en los míos.
Recorría la tierra la línea de mi espalda
y pequeños cuchillos en mi vientre
asesinaron hijos ya imposibles.

   Esperé inútilmente
la aguda mordedura del teléfono,
la pálida mentira de un mensaje,
pero el cartero resultó asesinado,
asestado de golpe
por toda mi tristeza.
El buzón vomitaba blancos sobres
y con la boca inútil entreabierta
repetía mi nombre
              como un rito.

   Venías con la risa mutilada
-un ala traspasada por la angustia-
algún amor-herida en el costado
y el beso de un adiós,
              labios sellados.

    Buscabas como yo nuevos idiomas,
alguna playa amiga donde grabar el llanto,
unos pies encallados en la arena,
un refugio
desierto de almanaques.

   Te amé
con un amor nuevo y distinto
y dejé de nublarme la alegría.

   Por ti robé minutos a la muerte,
resignado a vivir con las alondras.

   Alguna vez por ti se abrió mi frente,
perdí todos los nombres de mi agenda,
aprendí a caminar en el asfalto.
   Mi campesina voz,
mis pies de tierra
olvidaron el tallo de la espiga,
las canciones del cierzo entre los árboles.

   Por ti se impacientaron los minutos,
negras saetas mordieron los relieves
y aquel reloj solar
-que ya no entiendo-
envejeció de pronto entre mis libros.

   La lluvia de mi tren lame las ventanillas,
se deshace en cristales diminutos.
Tú me abrazas de nuevo cuando cae la lluvia.

   Siempre estarás ahí,
de pie en las estaciones,
siempre diciendo adiós,
hasta el último viaje.

     (De "Franjas de sombra")

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